La dimensión moral de la crisis financiera ha avivado el interés por la ética de los
directivos de empresas, Gobiernos y organismos reguladores, de supervisión y de
control.
De entre todas las virtudes que se esperan de un
directivo ético, hay una que
resulta especialmente importante para aquellas personas que ocupan posiciones
de gobierno o de dirección y que, sin embargo, ha sido ignorada en la ciencia
económica: la humildad.
Según el profesor
del IESE Antonio Argandoña, esto se debe probablemente a una visión incompleta o mal enfocada de lo que
significa ser humilde, de las razones por las que un buen directivo debería
serlo y de la contribución de una actitud modesta al éxito y a la reputación
tanto de la empresa como del directivo.
Corregir esa
visión sesgada y aportar nuevos elementos de reflexión acerca de esta virtud es
el objetivo del documento "Reputación
y humildad en la dirección de empresas".
¿Qué significa ser humilde?
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Se tiende a pensar que la humildad es, o puede ser, incompatible con la reputación que el líder merece y con la autoridad que necesita para llevar a cabo su tarea.
Pero es justamente
todo lo contrario: el directivo humilde, si lo es de verdad y consigue que los
demás le perciban así, ejerce una mayor autoridad que el líder arrogante. La autoridad moral está asociada a una
reputación mucho más sólida, tanto de sí mismo como de la organización que
representa.
La primera y más
importante de las manifestaciones de la humildad desde el punto de vista
intrapersonal es el autoconocimiento.
El humilde ni sobrevalora sus virtudes ni se
menosprecia. Y la autoestima
no le hace ser pretencioso. Además, se autoevalúa constantemente y es
consciente de que se puede equivocar.
Este
autoconocimiento también incluye reconocer lo que debe a los demás: el humilde
no se atribuye todo el mérito de sus fortalezas y resultados, sino que valora y agradece lo que le han aportado
los demás.
Otro de los rasgos asociados a la humildad es el
sentido de trascendencia, que se
manifiesta en la tendencia a actuar de acuerdo con un ideal ambicioso. De ahí
que el ser humilde se caracterice también por ser exigente consigo mismo.
También es
probable que la humildad vaya acompañada de otras virtudes como la objetividad,
la sencillez, el deseo de aprender o la paciencia con los demás.
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