Hay un creciente interés en valorar las competencias del directivo que favorecen el éxito en su trabajo. Hay también un tipo de competencias que radican en el carácter moral del directivo: las competencias morales. La relevancia de estas competencias en los directivos queda patente al revisar algunos aspectos claves de la profesión de dirigir.
En
la toma de decisiones, por ejemplo, es fácil ver la importancia de ser
una persona decidida, prudente, objetiva y responsable. Ser decidido evita tanto la demora innecesaria de
decisiones, como la precipitación, decidiendo sin la debida ponderación.
La prudencia lleva
a reflexionar sobre la acción y sus consecuencias, a discernir sobre lo más
adecuado a cada caso y a establecer prioridades con recto criterio. La objetividad busca datos fiables, sin minusvalorar
la intuición. Un directivo con sentido de responsabilidad asume
como propias sus acciones y las consecuencias derivadas, razonablemente
previsibles, sin echar las culpas a los demás.
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Fijémonos en otro ámbito. Las dificultades son parte del
trabajo directivo. De aquí que necesite paciencia para resistir adversidades y coraje para afrontar los obstáculos que se
presenten. Las dificultades, a veces, están en uno mismo, en la falta de
voluntad o incluso en la pereza. Aquí se ve la importancia de ser diligente, constante y tenaz para llevar a cabo las tareas
emprendidas y acabarlas a su debido tiempo. Ser magnánimo lleva proponerse metas altas y nobles,
sin caer en la pusilanimidad y sin temer las dificultades.
El autocontrol emocional es
también relevante: impacta en uno mismo y en los demás. Dejarse llevar de un
enfado puede llevar a maltratar a otros y crear adversarios. Deprimirse por un
fallo o un fracaso impacta en el modo de trabajar y en la moral de los
colaboradores. Tener buen carácter facilita
las relaciones. También contribuye a ello la delicadeza en
el modo de comunicar decisiones poco agradables, sin herir ni humillar.
La humildad es muy
relevante. La falta de humildad ciega al directivo, que no reconoce sus
errores. La arrogancia crea a su alrededor un ambiente hostil y minusvalorar a
otros erosiona la voluntad de cooperación.
En
la actuación corporativa es crucial la voluntad de servicio sin
anteponer los intereses particulares al bien común. La relevancia de las
competencias morales aparece en el modo
de evaluar y tratar a las personas. Aparecen aquí competencias primordiales
como la justicia, que lleva a respetar a dar a cada uno los
suyo, la veracidad en las comunicaciones, sin engañar ni
crear falsas expectativas. Estas competencias, junto al sentido de compromiso y la lealtad a la palabra dada hacen fiable al
directivo.
La solicitud y el cuidado por las personas, ayudándolas en sus
problemas y legítimas aspiraciones, facilita una respuesta positiva en justa
correspondencia. El desarrollo de los demás se favorece con la benevolencia, entendida en su sentido etimológico:
querer el bien. En la práctica empresarial esto significa procurar el
desarrollo de competencias morales en los demás. La benevolencia lleva a actuar
con reciprocidad, poniéndose en el lugar del otro, a facilitar la iniciativa y
dar recomendaciones, que no imposiciones; todo ello con disposición generosa y actitud de gratuidad.
Parece claro que las competencias morales son relevantes. Entonces, ¿no merecerían
una mayor atención en la docencia y en la investigación en dirección de
empresas y otras instituciones?
Fuente: Blog de Ética Empresarial
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