“La empresa con fines de lucro es, debe ser y seguirá siendo la
institución central de la economía moderna. Pero esto no significa que el
objetivo de la empresa con fines de lucro sea obtener un beneficio, del mismo modo que nosotros
necesitamos respirar para vivir, pero respirar no es el objetivo de nuestra
vida”. Me gustó esta frase de un artículo de John Kay en
el Financial Times en la edición en
papel del 13 de junio.
Y sigue
diciendo: “El objetivo de la empresa es producir bienes y servicios para
satisfacer necesidades económicas y sociales, para crear un empleo
satisfactorio y remuneratorio, para obtener rendimientos para sus accionistas y
otros inversores, y para hacer una contribución positiva al entorno social y
físico en el que opera”. No puedo estar más de acuerdo. Solo
añadiría que debe conseguir todo eso con eficiencia, aunque está implícita en las
palabras de John Kay. Y garantizando la continuidad,
donde aparece no solo la sostenibilidad económica, social y medioambiental,
sino también la ética.
Vale la pena
que insistamos en el objetivo de la empresa, aquello para lo que la empresa
está ahí. En muchos lugares, también en España, se ha creado una confusión
sobre este tema. Unos dicen que el objetivo es maximizar el beneficio,
lo que no tiene mucho sentido: esto puede ser, a lo más, una guía de si la
empresa es eficiente o no, desde el punto de vista económico, pero no es una
guía definitiva porque, como dice muy bien la economía, esto es así bajo
ciertos supuestos… que no se cumplen nunca. Por tanto, la maximización del beneficio no optimiza la eficiencia económica,
y, si lo hiciese, tampoco garantizaría la eficiencia social, porque esta
depende de variables no económicas.
Pero también
vale la pena reivindicar la función social de la empresa con fines de lucro,
porque el beneficio es la base para remunerar el ahorro y conseguir eficiencia
económica en la inversión. Marx sigue vivo, pero sus ideas no hacen mucho bien.
Acabo con otro
largo párrafo del artículo de John Kay: “La buena empresa, como el buen
smartphone o la buena escuela, se puede reconocer por lo que
consigue. Paga a los trabajadores un salario digno;
no se enreda con manejos para evitar el pago de impuestos. Desarrollo los conocimientos y capacidades de
sus empleados y
no hace enloquecer a sus clientes con
complejas estructuras de tarifas. Obtiene beneficios, reinvierte algunos y paga un dividendo a sus
accionistas. Sus ejecutivos gastan más tiempo paseando por las
oficinas y almacenes que sentados en las salas de reuniones de los bancos de inversión. La buena empresa contribuye con ideas relevantes al diseño de las políticas
públicas, pero no se mete en tareas de lobby a una escala tal
que corrompa el proceso de decisiones de los políticos”. Animo al lector a
volver a leer este párrafo (la traducción es mía, y libre, como suelo hacer
casi siempre), porque, me parece, es una formidable tratado de lo que es una empresa socialmente
responsable. Y
porque, leyendo entre líneas, van apareciendo muchas de las cosas que las
empresas están haciendo mal en estos momentos.
Fuente: Blog de Antonio Argandoña
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