Todo el mundo sabe que el cine no sólo es el Séptimo
Arte, sino también la enésima industria; y en esa doble identidad reside la
esencia de su miseria y su grandeza. Las películas no se pueden hacer como las
novelas de un primerizo: con un ordenador y mucho tiempo por delante, tan sólo
por el placer de escribirlas. Las películas son también, y siempre, un producto
que hay que vender. Y ello implica pensar en términos de mercado potencial, de
público objetivo y de estrategia de lanzamiento. Por eso el marketing se ha
convertido hoy -aunque lo era, en potencia, desde hace ya mucho tiempo- en la
nueva estrella del cine.
En contra de lo que mucha gente cree, el marketing de una película no empieza
cuando está ya terminada, sino mucho antes; normalmente, antes de empezar a
rodarla y, algunas veces, antes incluso de que se escriba el guión.
La misma
selección de las historias se hace, no pocas veces, pensando en su atractivo
comercial: de ahí, por ejemplo, los filmes norteamericanos basados en best-sellers
literarios (Entrevista con un vampiro, Peligro inminente), en series
televisivas de éxito (El fugitivo, Misión imposible), o en películas europeas
de renombre (Sommersby, Esencia de mujer). También los actores se seleccionan
en función de la taquilla: los hay que funcionan bien en un género y no en otro
(como Harrison Ford en acción/aventuras, o Whoopi Goldberg en comedia), y los que
compaginan bien con determinadas historias. Pero, en general, esas decisiones
rara vez se toman en función de sus cualidades interpretativas. La estrategia comercial importa tanto como
la creatividad artística.
Aunque el artículo es de hace años, vale la pena seguir leyendo el artículo (agosto 1996) completo de Aceprensa...
Aunque el artículo es de hace años, vale la pena seguir leyendo el artículo (agosto 1996) completo de Aceprensa...
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