Una cosa es hablar, y otra bien distinta, comunicar. Lo primero puede hacerlo cualquiera, pero lo segundo tan sólo está al alcance de quienes saben por qué y para qué se dirigen a otras personas. En palabras del filósofo griego Platón (427-347 antes de Cristo), "el sabio habla porque tiene algo que decir; el tonto, porque tiene que decir algo".
En el ámbito de la empresa, "aunque
cada vez se tiene más en cuenta el impacto que tiene la oratoria para
cohesionar equipos e inspirar valores, la comunicación no se cuida lo
suficiente", sostiene el periodista Manuel Campo Vidal, director del
Instituto de Comunicación Empresarial, especializado en potenciar las
habilidades comunicativas de los directivos. En su opinión, "comunicar
adecuadamente crea puentes que permiten conectar con las personas que te rodean
y escuchan".
Y si bien "hay
líderes que cuentan con un carisma innato y cierta facilidad para el uso de la
palabra, hablar en público es un arte que puede aprenderse rápidamente", reconoce.
Tan sólo se necesita "ganas de enfrentarse a uno mismo, a sus miedos e
inseguridades", así como "profundidad para construir un discurso
propio". No en vano, "para que los demás te crean y confíen en ti,
primero tienes que creer y confiar en ti mismo", concluye Campo Vidal.
Lo curioso de la comunicación es que
"lo más importante no es lo que se dice, sino cómo se dice", afirma
Emma de Llanos, directora del departamento de dirección de personas de EADA,
que imparte cursos para hablar en público. A su juicio, "el significado de
las palabras viene determinado por la persona que escucha y no por la que
habla". Por eso "no hay que obsesionarse con el discurso y sí evitar
a toda costa la lectura monótona de un comunicado", añade De Llanos.
Lo cierto es que sólo el 7% de la
comunicación entre dos personas se realiza mediante "las palabras",
según reconocidas investigaciones universitarias. El 38% se transmite a través
de "la voz y la forma en la que se habla", y el 55% restante, por medio
del "lenguaje corporal", que incluye "los gestos, las posturas,
el movimiento de los ojos y la respiración".
Centrarse en el auditorio
Dado que el auditorio se fija más "en
la forma que en el contenido", De Llanos recomienda al orador que
"atienda, observe y detecte las sutiles reacciones del público, de manera
que sepa cómo conectar emocionalmente con él". A su juicio, "es
fundamental utilizar el entretenimiento como medio para trasladar el mensaje
subyacente". De ahí que aconseje no alargarse más de 45 minutos y
"utilizar anécdotas, experiencias personales o ejemplos cotidianos para
conquistar el interés de los demás".
En orden a transmitir claramente el
mensaje, esta experta también recomienda que "los líderes comiencen el
discurso diciendo lo que van a decir, luego lo digan y finalmente terminen su
intervención recordando lo que acaban de decir". Entre otras cualidades
necesarias para llegar a ser un gran orador, es decir, uno que "conecta y
convence a través de un discurso que da gusto escuchar", De Llanos destaca
"la autenticidad -creer en lo que se dice- y el entusiasmo, que consiste
en disfrutar diciéndolo".
Éste es precisamente el perfil del senador
norteamericano y candidato demócrata Barack Obama. "Más allá del cinismo
imperante, este político ha sabido conectar con la necesidad de confianza y
esperanza que reside en gran parte de los ciudadanos americanos, ávidos de un
cambio en la forma de liderar ese país", apunta Douglas McEncroe, director
de la consultora Douglas McEncroe y Asociados, especializada en desarrollo de
liderazgo para directivos. Y concluye: "El éxito de su discurso es su ya
famoso 'Yes we can!".
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