Se aproxima el final de curso y miles de
universitarios acabarán sus estudios. Son jóvenes, son digitales y tienen competencias
para hacer crecer la pyme. Con un desempleo juvenil tan elevado es bueno
preguntarse qué sucede ahora, por qué esta desconexión entre titulados y
mercado laboral. Mi sugerencia a los recién titulados es que se miren en
el espejo y se planteen qué tienen y de qué carecen. Es una dinámica
buena para identificar las competencias profesionales, que son predictoras de
éxito laboral, en torno a los tres verbos principales: querer, poder y ser.
Solo así podremos trazar un camino de mejora, reconocer para qué estamos
preparados y continuar el aprendizaje.
Dividimos las competencias en dos ámbitos: las fuertes y las blandas. El éxito
laboral procede de la combinación de ambas, no de la sobreexposición en unas y
la ausencia de otras. Entre las competencias
fuertes, encontramos la titulación de grado, la adquisición del nivel
B1 de idioma extranjero y las actividades de libre elección. Estas tres claves
nos indican el comportamiento del candidato durante los estudios
universitarios. Se puede medir y valorar a través de numerosas variables:
calificaciones, participación en proyectos, becas recibidas, viajes de estudios,
actividades extraordinarias dentro del campus o iniciativas desempeñadas con
otros compañeros de estudios.
En el plano de las competencias blandas hay seis elementos que podemos
rastrear en el currículo del candidato, ya sea en papel o en las redes sociales.
El primer elemento es la empatía,
la capacidad de ponerse en el lugar de terceros y entender sus necesidades,
inquietudes o preocupaciones. La empatía es un indicador de habilidad social y
fundamenta la conexión con otras personas. Interesa en cuanto que permite
desarrollar habilidades comerciales (¿qué quieren mis clientes de mí? ¿Cómo
ayudo a mis proveedores en su desarrollo?).
El segundo eje es la visión global.
La seña de identidad es el pasaporte, las ganas de viajar y conocer mundo, sea
con viajes en tren o con la mochila a la espalda. Nunca ha sido tan barato
viajar, por lo que quien aspira a ello puede conseguirlo tras cierto ahorro.
Esta idea de visión global es oportuna para medir qué se entiende por
globalización (producir, invertir e innovar en otros territorios) y alejarse de
la idea de “viaje comercial”.
La tercera variable está vinculada a los idiomas. Sí,
necesitamos el B1 de inglés como estándar, pero esto no nos hará diferente en
un mercado laboral abierto y competitivo. Es recomendable manejar un segundo
idioma que complemente y abra nuevas puertas. Los grados duran cuatro años: da
tiempo a aprender los rudimentos de otra lengua, pasar unas semanas de verano
en ese país y volver con un nivel hablado desenvuelto.
El cuarto punto es el pensamiento crítico.
Evalúa la capacidad de tener una opinión propia, fundamentada, de lo que sucede
alrededor. Aspiramos a que un recién titulado sea inconformista con lo que
observa y diga no al clásico “aquí siempre se ha hecho así”. Mide esta
competencia la capacidad de hacer un análisis crítico y realizar propuestas de
mejora concreta, realizable y ajustada a la organización. El pensamiento
crítico responde a la necesidad de innovar en la empresa a través de las ideas
de personas que no tienen arraigos con el pasado. Hay que darles esta oportunidad.
El quinto elemento es el aprendizaje permanente.
El grado universitario marca el principio de una nueva etapa personal, supone
la incorporación plena al mercado laboral y augura nuevas motivaciones. No
obstante, el grado tiene que completarse de forma recurrente con
actualizaciones, adquisición de nuevas habilidades, desarrollo de otras y
participación en jornadas, seminarios o cursos. Los elementos que indican
esta preocupación por el aprendizaje son claros: másteres o cursos de posgrado, cursar un MBA, MOOC o bien otras fórmulas digitales, además de la
asistencia a conferencias o sesiones de aprendizaje. La idea de “aprendizaje
para toda la vida” está en el corazón del mercado laboral europeo. Empecemos ya
a trabajar así.
El último punto es el más complejo.
En la universidad diseñamos y organizamos los grados de acuerdo con una
realidad estática y tabulada. Podemos indicar competencias, señalar cursos
obligatorios y optativos, proponer actividades complementarias. Pero no podemos
hacer milagros: la vida (laboral) no es estática, sino dinámica y en constante
movimiento. Hay que levantar la mirada de los libros y observar qué
competencias tenemos para lanzarnos al mercado laboral. Una pista: los sectores
más innovadores y emprendedores no miran qué grado o licenciatura se ha
obtenido, sino qué puedes
aportar a la organización. Así, en estos yacimientos de empleo,
encontramos profesionales graduados haciendo proyectos que no son de manual. Y
cada vez serán más.
En suma, recuerda que las competencias no aseguran
el empleo, pero sí ayudan a posicionarte en el mercado laboral.
Identifica qué has hecho durante la carrera, potencia tus habilidades y sé
discreto con tus carencias. ¡Ánimo!
Fuente: Con Tu Negocio
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