¿Qué valor tiene la palabra que damos? ¿Por qué decimos que vamos a
hacer lo que sea, si luego no lo cumplimos?
Llevar a cabo aquello con lo que nos comprometemos tiene grandes ventajas:
·Deja una buena impresión en la
persona que ve cumplida nuestra palabra.
·Se establece o se refuerza la confianza.
·Lo anterior repercute en nosotros, que nos
sentimos muy bien por haber sido coherentes con lo que
dijimos.
Qué triste que esto no se dé tan a menudo. Con razón dicen eso de…
Las palabras se las lleva el viento
Es triste que un amigo te diga: “Te mando estas fotos a tu correo“…
y no lo haga.
Da rabia que un técnico te diga que viene esta tarde a arreglar la
avería… y no aparezca.
Decepciona ir a una oficina, que te repitan el consabido “Vuelva
usted mañana“… y cuando vas al día siguiente la cosa está igual.
Pero, ¿sabes qué es lo más triste de todo? Que ya sabes que va
a ser así.
Sabes que tu amigo, que el técnico y que el encargado de la oficina te
están diciendo lo que quieres escuchar. ¿Para qué?
Para quitarse de encima la presión. O para quedar bien contigo
mientras deciden si hacer o no lo que te han dicho.
Disculpa el pesimismo. Será que la historia se repite
tantas veces, que uno se acostumbra a que...
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la palabra que se
da no es garantía de nada. Así, cuando alguien nos dice que hará algo, lo tomamos con
escepticismo y, tristemente, llegamos a la conclusión de que lo más probable es
que no cumpla.
El cambio empieza en uno mismo
Vayas a pensar que yo estoy libre de esto… Ya quisiera. Admito que, en
alguna ocasión, le he dicho a alguien “Ya te llamaré” para cortar una
conversación telefónica, cuando no pensaba llamar en absoluto.
También me he comprometido con asuntos que no podía o que no quería
cumplir. En ese momento era fácil decir: “Voy a hacerlo“.
Pese a intentar arreglarlo después con excusas,
sé que he decepcionado a personas que esperaban que cumpliera mi palabra. Y me
he decepcionado a mí, por esa misma razón.
Nada que ver con lo que se siente cuando cumples tu palabra.
Cuando sabes que hay una persona que no duda de ella. Cuando tú mismo puedes
estar orgulloso de que “tu palabra es la ley” (como dice el clásico mexicano).
Eso es lo que me he propuesto de un tiempo a esta parte: Que mi palabra tenga valor. Quiero que signifique algo.
Ahora, si digo que voy a estar, estoy. Si digo que lo voy a
hacer, lo hago… Y, si no estoy segura, me quedo callada.
Por el momento, me siento encantada con el cambio y con las
sensaciones que produce. Además, si yo quiero vivir en un mundo donde me pueda
fiar de lo que dice la gente, qué menos que empezar por mí misma.
¿Y tú? ¿Cómo te sientes cuando eres consecuente con lo que dices?
¿Eres coherente con lo que te comprometes? ¿A qué te has comprometido en este año recién comenzado?
Casandra en el blog Tus Buenos Momentos
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