El gran Philip Kotler ya habló hace años del concepto de
antimarketing. Para él este concepto sirve para referirse a aquellas acciones encaminadas a disminuir el interés de los consumidores hacia un determinado producto o servicio. Ponía el ejemplo de un campo de golf saturado
de socios, que inicia una campaña destinada a reducir su número para no
erosionar la experiencia de los jugadores y huir de la masificación.
Sin embargo,
hay una variante que quizás tiene más sentido en la actualidad y que ha nacido
en los últimos años con la llegada del World Wide Web y las redes sociales. Es un movimiento, por así decirlo, desde los propios consumidores
(molestos en general) y
que puede generar oportunidades incluso más efectivas que las campañas
originadas en la empresa, pero que mal gestionada, puede tener consecuencias
muy negativas para la marca. Por tanto, no hablamos de una estrategia que se
origine en la empresa, sino que es una táctica defensiva que nace
de los clientes.
El término
antimarketing fue acuñado por el abogado y tratadista austríaco Peter Drucke. De manera sencilla
podría definirse como un “movimiento de protección de
los consumidores”. Así de simple. Según P. Drucke, el hecho de que los consumidores tengan
que defenderse de las técnicas de marketing supone que las empresas han
fracasado en su tarea de satisfacer sus necesidades, han fracasado en hacer un
marketing correcto. Este movimiento de consumidores va en contra del marketing,
y de ahí su nombre: “antimarketing”.
Las empresas,
pues, deben romper con las pautas clásicas del
marketing. Al menos ponerlas en cuarentena. Es obvio que todo
ha cambiado y, por tanto, sin perder la perspectiva del pasado debemos innovar
en el presente. De hacerlo bien, el éxito está asegurado. De hacerlo mal, una probable crisis de reputación se aproxima.
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