En esta época del año
en la que las empresas empiezan a presentar los resultados del ejercicio
pasado, no hay día en el que no nos enteremos de cuánto ha ganado el CEO de tal
o cual empresa, y si es más o menos de lo que ganó el año anterior. Me
pregunto: ¿es noticia lo que gana un alto directivo de
una empresa?
Alguien
dirá que es un ejercicio de transparencia, y no le faltará razón. Pero la palabra transparencia tiene
trampa, porque el concepto que tenemos de transparencia nos
lleva a pensar que cuánta más transparencia, mejor. Bien pensado, esa ecuación
no es del toda cierta. Nadie en su sano juicio aboga por una completa
transparencia de todos y ante todos. Curiosamente, ¡si todo fuese cien por cien
transparente, acabaríamos por no ver nada!
Si en vez de
hablar de transparencia, hablamos de “veracidad” la cosa cambia. Vivir la virtud de la veracidad lleva
a “decir la verdad a quien tiene derecho a saberla”. De este modo queda claro que la ponderación de lo que debe
decirse viene determinada por quién va a recibir esa información y el derecho
que tiene a saberla. Yo tengo que ser más o menos transparente
–dejar pasar la verdad– dependiendo de quién es mi interlocutor, del contexto
en el que esa interacción tiene lugar y del derecho que incumbe a la otra
persona a saber algo de mí. Si un desconocido me para por la calle y me
pregunta cuánto dinero tengo en mi cuenta corriente, nadie me acusará de falta
de transparencia si le digo a esa persona que se meta en sus asuntos y no
fisgonee en los míos.
¿Quién tiene
derecho a saber cuánto gana el primer ejecutivo o los miembros del consejo de
administración de una empresa? Seguramente sus accionistas. Por eso es
conveniente que esa información se publique en la memoria financiera de la
empresa. Pero de ahí a convertirla en noticia de la prensa diaria, hay un salto
que no acabo de entender.
Otra cosa
distinta es si se tratase de cantidades que pueden resultar desproporcionadas,
y que merecerían un comentario por lo que tienen -cuanto menos- de falta de
austeridad. Pero, cantidades que entran dentro de “lo normal” (y acepto que
definir algo como “lo normal” es muy complicado) no deberían ser noticia. La transparencia debe vivirse
unida a otras actitudes que protegen la intimidad y la privacidad; si no, acaba
confundiéndose con el cotilleo.
Leía hace unos
días el caso de una chica que envió un tweet refiriéndose en tono despectivo a
un trabajo que iba a empezar al día siguiente. Al cabo de unas horas recibió
otro tweet de quien la había contratado, diciéndole que no hacía falta que se
presentase a su trabajo, porque estaba despedida. Ciertamente, la transparencia
tiene sus límites.
Fuente: Blog Empresa y Sociedad
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