Hace unos días asistí a una de esas
presentaciones “motivacionales” en las que el orador, a partir de alguna
experiencia personal o alguna situación extrema, propone algunas consecuencias
y lecciones para la empresa.
La presentación -por el contenido y por la actuación del
presentador-fue realmente buena. Lástima de… la frecuencia con que el
presentador intercalaba en su discurso palabras -podríamos llamarles-
malsonantes. Lo cierto es que ese caso no es una excepción. Tengo la sensación de que en
los últimos años el uso de palabras que podrían sonar mal a los demás -incluso
ofensivas- se está volviendo más frecuente, y que incluso nos estamos
acostumbrando a oírlas… y a usarlas.
¿Es eso una forma de enriquecer el vocabulario
–volviéndolo más cercano a la vida real? ¿O es una forma de empobrecer el
vocabulario, rebajando la excelencia de la palabra a lo vulgar y soez?